Gouache
La técnica del gouache la toque por amigos en Barcelona que se dedicaban a la ilustración y el mundo del cómic. No me resultó difícil manejar los difuminados y la base del color. La desarrollaría algo más para ilustrar un cuento mío en el año 2004 y 2005.
Empecé a escribir algunos cuentos porque en el año 1999 (con 19 años) me anunciaron que iba a ser tía, y yo quería hacer algo especial para lo que sería mi sobrina. Así surgió el cuento de “El Caracol que perdió su casa”. Lo ilustraría en Palma de Mallorca cuando fui profesora de Dibujo en un instituto, ya que no podía pintar al óleo y me dediqué por las tardes a trabajar en mi primer cuento. En primavera de 2005 asistí a la Feria de Ilustración de Bolonia (Italia), pero a muchas editoriales les pareció aburrido… Siempre figuras de caracoles.
El cuento finalmente vería la luz, gracias a un amigo que conocí, Jordi Amella Miró de Manresa, que lamentablemente ya no está entre nosotros. Él puso la energía, dedicación y mucha ilusión en toda la gestión de la publicación, y yo diseñé su logotipo como Editor. Quiso que fuera un cuento solidario, y parte de los fondos generados se destinan al Comité Español de ACNUR-UNHCR.
EL CARACOL QUE PERDIÓ SU CASA
Había una vez una gran familia de caracoles que vivía a la orilla de un río.
Cada caracol llevaba su casa a cuestas y, de todos los caracoles, había uno que tenía la concha más grande y bonita.
Este caracol siempre presumía de su casa porque, sin duda, era la más hermosa y fantástica.
-Ja, ja, ja -reía el caracol cuando otro animal pasaba a su lado. Y estos animales se quedaban tristes, pues a nadie le gusta que se rían de él.
Pero el caracol presumido, por su tamaño, era el único que no podía subir a lo alto de las hojas y siempre se quedaba abajo.
Y sin resentimiento, miraba al resto de animales que subían para ver el precioso paisaje y comer hojas tiernas.
Un buen día empezó a llover y, aunque a los caracoles les gusta mucho la lluvia, temían la gran cantidad que anunciaban las nubes.
Las pequeñas y agradables gotitas del principio pronto se convirtieron en una lluvia intensa; muchas gotas y bien grandotas que caían sin parar.
Pronto, se formó un enorme charco en el suelo, había agua por todas partes. Los caracoles se dieron cuenta de que estaban en peligro y se encerraron en sus casitas, pero el agua comenzó a entrar en ellas.
Comprendieron que debían actuar rápido y decidieron subir sobre las hojas caídas de los árboles, a modo de barquitas, para navegar hacia un lugar seguro.
El caracol de la casa más grande y hermosa intentó hacer lo mismo, pero el peso de su casa se lo impidió.
Sus compañeros le hicieron entender que para salvarse debía deshacerse de su concha y, como no podía hacer otra cosa, finalmente salió para ir con el resto de caracoles a refugiarse a un lugar seguro.
De este modo, el caracol de la casa grande y hermosa pudo subir a la hoja sin su querida casa, sin nada, desnudo y con frío.
Todos juntos navegaron durante horas. Se dejaron llevar por la corriente muy tristes por dejar atrás su mundo. Pero, mientras navegaban, empezaron a sentirse contentos porque todos se habían salvado y tenían la esperanza de encontrar un lugar agradable y seguro para poder vivir.
Cuando dejó de llover y la corriente fluía tranquilamente, todos estaban contentos y se divertían navegando y admirando el paisaje.
Al salir el sol, descubrieron nuevos animales, sabían que llegarían a un lugar nuevo y observaban todo cuanto había a su alrededor.
Pero el caracol que había perdido su casa todavía estaba triste. Era el único que no tenía casa y, para él, era lo más importante del mundo.
Todos sus compañeros le animaban y le decían que lo importante era haber sobrevivido y que a ellos no les importaba su nuevo aspecto, sino que estuviera con ellos.
Al llegar a una orilla se pusieron muy alegres y desembarcaron. Se pusieron en marcha para conocer el nuevo lugar y comenzaron a buscar hojas para comer y lugares agradables por donde pasear.
Todos los caracoles se sorprendieron al conocer su nuevo lugar, conocieron a unos animales muy parecidos a ellos, pero que no llevaban casa encima. Eran babosas.
En ese momento, recordaron al caracol que antes tenía la mejor casa y ahora paseaba triste y sin hogar.
El caracol sin concha todavía estaba afligido cuando unos compañeros se acercaron a él para presentarle a los nuevos habitantes del lugar, tan parecidos a ellos.
Cuando los conoció se alegró muchísimo y se arrepintió de haber presumido de su casa, que en el fondo no era lo más importante. Sentía que el resto de caracoles lo querían mucho, y ahora tenía más amigos como él.
¡Qué alegría sintió al descubrir lo que se siente en las ramas más altas y ver el hermoso paisaje!
Allí arriba sentía la brisa con más intensidad y comía las hojas más tiernas y sabrosas.
Se sentía libre.
FIN.